Relat participant al concurs de relats curts de TMB edició 2011.
Gran Metropolitano de Barcelona
Un día más vuelvo a estar aquí. Como
si de un autómata se tratara, he bajado las escaleras, introducido
la tarjeta, pasado el torno y recorrido los diferentes pasillos hasta
mi andén. Cada día igual. Debo de conocerme todas y cada una de las
baldosas de la estación, de tanto caminar absorto de lado a lado
mientras espero la llegada del convoy.
Esta vez hay algo diferente. Nunca
había llegado hasta el extremo del andén, al final de todo. Los
últimos metros quedan en la penumbra y nunca me había fijado en un
estrecho pasillo que sigue un poco más allá, casi dentro del túnel.
La curiosidad me invita a acercarme un poco más. Apenas a unos pasos
se termina en una negra y polvorienta valla y mi atención se centra
en una puerta casi camuflada en la pared. Mi mano decide acercarse a
ella y girar el pomo. Ambos nos sorprendemos al notar que se abre.
Una luz amarillenta se escapa del
interior. Me asomo y alcanzo a distinguir algunos muebles de estilo
clásico.
–¿Puedo ayudarle en algo?
Un hombre de uniforme azul, barba y
cabello blanco escribe en una libreta sentado tras una antigua mesa
de madera. Al contrario que yo, él no parece sorprendido de
encontrarme allí.
–Yo... Iba a coger al metro.
–Muy bien. ¿Ya tiene billete?
–Sí... Sí.
Mi mano ya tiene lista la T10 y se la
acerca al hombre. Este la recoge y la examina extrañado.
–Esto no sirve. ¿A qué estación
va? –pregunta mientras me extiende de vuelta la tarjeta.
–A... A Vallcarca.
–No hay ninguna estación con ese
nombre. ¿A dónde va exactamente?
Las ideas no consiguen coordinarse en
mi cabeza.
–Pues, a Vallcarca, al barrio, por
encima de Lesseps...
–Ah, Lesseps, eso es otra cosa.
Coge un pequeño bloc, lo marca con un
tampón, arranca la primera hoja y me la ofrece.
–Son 25 céntimos.
Se trata de un pequeño papelito con
las iniciales GMB, la palabra Lesseps, el precio y un número de
serie.
Dejo tembloroso el importe sobre la
mesa. El hombre examina minuciosamente las monedas. Luego hace lo
propio conmigo. Me sostiene la mirada unos segundos y luego suspira
de resignación.
–Ya veo, un recién llegado –me
devuelve el dinero–. Parece que tiene algo importante que hacer en
Lesseps, así que por esta vez haré la vista gorda. Que tenga un
buen día. Ah, y bienvenido a Barcelona.
Soy incapaz de despedirme con palabras
así que lo hago con un leve movimiento de cabeza. Salgo de la
estancia y vuelvo al andén, sin volver la vista atrás.
Sentado en el vagón reflexiono sobre
las últimas palabras de aquel hombre. Al principio pensé que se
había confundido, que donde yo tenía que ir era a Vallcarca, pero
poco a poco me di cuenta de que sí que tenía algo importante que
hacer en Lesseps. Algo que llevaba años esquivando y negando.
Al salir al exterior eché un vistazo a
la nueva plaza y no pude evitar pensar en cómo era la antigua. Mis
pies conocían perfectamente el camino. Para poder seguir adelante
tenía que volver al pasado.
Ya estaba frente a la puerta. Los
recuerdos aceleraban mi corazón. Ya no podía echarme atrás.
Miré de nuevo el diminuto billete de
papel.
El futuro espera.
Toqué el timbre.
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